Sci (6-10-13).- Cuando los generadores de políticas piensan en innovación tienden a imaginarse laboratorios o espacios donde los diseñadores e ingenieros crean soluciones a problemas urgentes. Pero esto deja de lado una forma más duradera y generalizada de innovación.
Las comunidades que viven cerca de la naturaleza continuamente crean enfoques innovadores en la agricultura y otros sectores mediante la construcción de conocimientos y prácticas refinadas a través de generaciones. Por ejemplo, los agricultores de todo el mundo experimentan con cultivos locales para desarrollar variedades que enfrenten mejor las sequías o plagas.
Esta clase de innovación no encaja fácilmente dentro de los marcos políticos. Pero su valor aumentará a medida que el cambio climático y el aumento de la población generen más bocas que alimentar.
Sin embargo, la diversidad biológica y cultural de la cual depende esta innovación está en franco declive. Y los sistemas agrícolas modernos amenazan con hundir la innovación tradicional. Ahora más que nunca, necesita ser reconocida y protegida.
Acuerdos, pero acción insuficiente
La buena noticia es que cerca de 200 gobiernos que forman parte de la Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (CDB) ya se han comprometido a respetar, preservar y mantener el conocimiento, las innovaciones y prácticas tradicionales bajo el artículo 8 (j) de la Convención.
La mala noticia es que aunque este compromiso data de hace 20 años, el conocimiento, las innovaciones y las prácticas tradicionales aún están en declive.
Los gobiernos han hecho algunos avances en la protección de derechos sobre el conocimiento tradicional —por ejemplo el conocimiento de los pueblos de cómo ciertos extractos de plantas pueden tratar enfermedades específicas— y la CDB ha desarrollado pautas al respecto. Pero los gobiernos no han hecho mucho para prevenir que los actuales sistemas de innovación se debiliten y pierdan.
Una razón es la dificultad en definir sistemas dinámicos de innovación que vinculen la experiencia actual y pasada, la tierra, los medios de vida y los valores culturales. Otra es que los formuladores de políticas agrícolas y los científicos tienden a ver la producción y los sistemas tradicionales de innovación como ‘atrasados’ y con escaso valor que ofrecer a las economías nacionales.
Para abordarlo, el Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo, y sus socios en China, India, Kenia y Perú, están trabajando un programa de Innovación para la Resiliencia de los Pequeños Agricultores (SIFOR por sus siglas en inglés), que investiga los sistemas de innovación local junto con las herramientas y enfoques prácticos que puedan fortalecerlos. Estos sistemas incluyen registros comunales de semilla, protocolos bioculturales y especialmente la participación en el mejoramiento de plantas. [1]
Presentaremos nuestros resultados más recientes durante la reunión de la CDB (Montreal 7-11 octubre), junto con nuestra definición de ‘innovación del patrimonio biocultural’. Esto debería ayudar a orientar a los formuladores de políticas que desean desarrollar sistemas y enfoques para proteger y mantener el conocimiento, las innovaciones y prácticas tradicionales.
Revitalizar la innovación local
Los gobiernos y los donantes invierten millones para ofrecer una ‘agricultura climáticamente inteligente’. Sin embargo, las prácticas agrícolas indígenas ya conservan los recursos naturales (agua, suelo, diversidad de cultivos) y usan procesos naturales en vez de fertilizantes y pesticidas, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero.
SIFOR también ha identificado innovaciones específicas que los agricultores indígenas han desarrollado para adaptarse al cambio climático, como añadir carbonato de calcio al suelo alrededor de las papas para que resistan las heladas, sembrar diferentes variedades de maíz para reducir el riesgo de depender de una sola especie, reintroducir variedades tradicionales olvidadas y domesticar especies silvestres.
El proyecto vincula a los agricultores con los científicos para mejorar aún más estas innovaciones locales. El Parque de la Papa en el Perú es un ejemplo de cómo trabajan estos vínculos. Las comunidades locales desarrollaron un sistema para conservar miles de variedades de papas, compartiendo los beneficios localmente, pero también negociaron convenios para un acceso más amplio y beneficios compartidos con los científicos del Centro Internacional de la Papa.
Nuestra investigación muestra cómo el reconocimiento científico y la innovación conjunta puede ser un estímulo poderoso para revitalizar la innovación local. El respeto a los valores y creencias tradicionales por ambas partes es crucial.
Tradicional y moderno
El enfoque actual de arriba hacia abajo de invertir fuertemente en la innovación científica pero ignorando a los agricultores de pequeña escala no solo conlleva el riesgo de que las comunidades de agricultores pierdan su acervo de conocimientos acumulado durante generaciones, sino que también erosiona mucho su capacidad de adaptarse a los retos climáticos. En vez de eso, se convierten en simples receptores de las innovaciones externas.
Esto es especialmente problemático debido a la forma en que la agricultura moderna ha eliminado la gran mayoría de diversidad de cultivos de nuestros campos en poco menos de un siglo. Según la Organización de la ONU para la Agricultura y Alimentación, tan solo alrededor de 30 cultivos proporcionan actualmente el 95 por ciento de la dieta humana.
Los gobiernos necesitan reconocer que la innovación de los agricultores es fundamental para la seguridad alimentaria, y que es tan importante como la innovación científica. Esto significa que requieren invertir en sistemas que apoyen, fomenten y protejan la innovación que ocurre en los campos de los agricultores y en alianza con los científicos.
Un avance sería reconocer legalmente más áreas de patrimonio biocultural indígena —como el Parque de la Papa— y protegerlas como centros de innovación con derechos seguros sobre la tierra. En dichas áreas, los agricultores pueden trabajar conjunta y equitativamente con los científicos para mejorar local, pero también globalmente, la seguridad alimentaria mediante el enriquecimiento de la base genética para el mejoramiento de cultivos, y desarrollando nuevas variedades de cultivos resistentes.
Los campos de los pequeños agricultores, así como los hombres y mujeres que trabajan en ellos, se cuentan entre los últimos refugios y son los guardianes de lo que queda de la diversidad mundial de cultivos. Los bancos convencionales de semillas pueden almacenar muestras de muchos de los cultivos del mundo, pero los campos son laboratorios vivientes en los que un ejército de innovadores trabaja cada día. Ellos necesitan reconocimiento y apoyo de los gobiernos y científicos.
Fuente: Sci Dev Net
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